“Más en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más.” “EL CUERVO” Edgar Allan Poe. A él va dedicado este relato, ya que sin nuestros amores somos oscuridad, y nada más
No sé cuánto tiempo he vivido de esta manera, el silencio me acompaña a donde sea que me dirija; el silencio y las tinieblas de un frío insaciable que disfruta calarme los huesos y el alma como si fuera un viento polar desgraciado burlándose de mi desgracia absoluta. Este pútrido lugar, este pseudo departamento de porquería, ha sido mi fiel compañero en estos oscuros y tristes días.
La vida se me escapa del cuerpo, el único deseo que tengo en mi mente es el de morir, por mi bien simplemente morir, ya que la única razón de vida se halla dos metros bajo tierra y una losa pesada llena de vagos y mustios recuerdos sella la entrada por la que alguna vez creí que escaparía. Oh no, no pasó más. Simplemente la tierra hacía ecos en mis lastimados oídos de tanta súplica, tanto implorar que calmara el dolor que había en su persona, mientras yo… yo no pude hacer nada.
Tantas noches frías, el aliento alcohólico de la luna me embriaga en una velada llena de sombras chirriantes y desesperadas, que en las paredes desnudas bailan y que me hacen llegar a mis ojos unos recuerdos que sé que no volverán. Mientras tanto, el espejo me devuelve los recuerdos malos, los pleitos, los reclamos, la infidelidad y las mentiras, todo el dolor se ha quedado a vivir dentro del reflejo de mi propia amargura. Cada día camino entre latas de cerveza, que no albergan más que simples y llanos besos no dados, olvidados en alguna parte de esa lata vacía, los únicos labios que ahora puedo besar son los fríos y metálicos labios de mi lata de cerveza.
Es gracioso, por más de 5 años me dije a mi mismo que la felicidad jamás se apartaría de mi lado, que el destino había sido benévolo conmigo al ponerme a ese ángel en mi camino, en mi desdicha ella vino a curarme, endulzó mi quebranto y enjugó mis lágrimas.
OH! ¿Y que acaso el destino también pude ser tan cruel? ¿Acaso lo que da lo quita con el cinismo de un asesino furtivo que de un momento a otro te corta las alas de tajo o te deja quemarte en el sol por volar demasiado alto? Maldito sea aquel día en que me confirmaron mi peor miedo, el de que ella se fuera a un lugar al que no podría seguirla.
De pronto las voces, las voces que me han acompañado desde que por obligación me despedí para siempre de mi sonrisa, esas voces que me han ido atosigando con vieja música de vals, el vals que algún día hubiese bailado con ella. Esas voces me llenan los oídos en un martilleo que me taladra el cerebro, las voces que repiten una y otra vez esas palabras de amor que le susurraba al oído, esas palabras en las que jurábamos que estaríamos juntos hasta que la eternidad se hiciera finita. Las paredes derruidas hacen complicidad con los sonidos totalmente intolerables de las voces que me agobian cada vez más frecuentemente.
Esos “Te Amo”, esos “Por siempre juntos”, esos “Nunca me dejes” ahora suenan vacíos, una burla hacía mi persona y hacía mi frío corazón que hace ya tiempo que dejó de palpitar por otra cosa que no sea para mantenerme, para mi desgracia, vivo. ¿De qué me sirve ese latir si no hay a quien dirigirlo?. Perdimos demasiado tiempo, perdimos muchas oportunidades con cada grito y con cada pelea, y ahora no hay tiempo de nada, ni siquiera hay tiempo para amarme a mí mismo, puesto que me odio más de lo que podría odiar mi propia muerte.
La oscuridad se adueña de mi presencia, y en la recámara solo hay espinas, debajo de esas sábanas se ocultan las promesas de que ni siquiera la muerte se interpondría en nuestro camino, pero su voz se fue apagando hasta ser un susurro macabro y después un silencio escandaloso que me hundía en la más profunda desesperación, y entonces su sombra vagaba por los pasillos de este departamento, hasta que un día hasta ella se fue. Simplemente su tiempo de estar aquí terminó y con ella se fueron mis esperanzas y mis sueños.
“¿Dónde estás mi amor?” Grité con todas mis fuerzas mientras gruesas lágrimas volvían a correr por mis mejillas, el sonido de mis puños golpeando las paredes retumban en el techo, casi estoy a punto de derribas el edificio completo, pero ¿Qué más da? De verdad me haría un favor en que todas esas toneladas de cemento cayeran sobre mi ahora enclenque persona y en mi patética vida. Y mientras me destrozo los nudillos el nombre de aquel ángel en forma de gritos lastimosos como alma en pena salen de mi boca, vomito lamentos y escupo blasfemias, mis nudillos sangran y me encierro en un vacío inquebrantable como barrotes de una cárcel llena de recuerdos y momentos de felicidad perdida.
Mi ángel, ahora mi ángel caído, su rostro se perdió entre esos alaridos de dolor, entre desprecios a su persona por considerarse inútil, entre peleas y dolencias del alma ella se fue desvaneciendo hasta convertirse en el pútrido recuerdo impalpable de un amor de verano. Mi único amor.
Los sonidos de pasos me confunden, por un momento espero verla dando vuelta en el recodo del pasillo y correr hacía mi para abrazarme, para evaporar las penas y comerse a besos mis labios. Diciéndome “Todo está bien, amor. Jamás me iré”, pero eso es, una fantasía, solo los fantasmas de mis alucinaciones hacen posible que esos pasos se escuchen, que ese aliento por un breve momento me dé una efímera paz perdida ya hace tiempo. Y lo peor que por un par de momentos puedo incluso percibir su perfume, ese olor en el que tantas veces me perdí, me repito que solamente es una alucinación, que ella está en la eternidad, más sin embargo me sigo engañando.
No me importa si me consumo poco a poco en mis vagos recuerdos, si me ahogo en penas frías y horripilantes, no me importo siquiera yo mismo, ni siquiera me preocupo por vivir o por respirar, me preocupo por hacer que mi ángel vuelva, en hacer que mi corazón vuelva a latir por alguien. La quiero a ella.
Estoy en el peor de los infiernos, estoy sumido en el vacío de la soledad, rogando a falsos ídolos que ella vuelva y que me haga olvidar el dolor que mi alma guarda, el dolor que por ya tiempo me ha hecho zozobrar y me ha hecho beber hasta que dentro de mi embriaguez la pueda ver, aunque sea por un momento poderla ver e incluso poder sentir que me toca y que me abraza como solo ella podía hacerlo, disipando las dudas y los miedos, escuchar una vez más su voz diciéndome “Te Amo”, y yo perderme de nuevo en el calor de sus brazos.
¿Y todo para qué? Si después de verme envuelto en sus cálidos brazos de su resplandeciente persona me despierto de nuevo en el húmedo y sucio piso de este cuchitril amargo, me pierdo de nuevo en el llanto y de nuevo me siento solo, me quemo por dentro y me hago daño a mí mismo maldiciéndome y recriminándome que pude hacer más por ella, solo para seguir llorando como un niño que necesita de su madre, solo para seguir blasfemando una y otra vez contra quien me arrebató mis sueños y mis anhelos. Y de nuevo anochece, una noche más sumido en la presencia de sombras, recuerdos y vieja música de vals, y el silencio vuelve a inundar los pasillos y las recamaras, y de nuevo creo sentir su presencia allí, su aroma y su voz llamándome desde nuestra recámara: “Ven, amor mío. Ven conmigo”. Y cuando con gran esfuerzo logro llegar a donde me llama, solo me encuentro con una cama vacía y rota, que conmigo llora la ausencia de aquel cuerpo cálido y perfecto de mi ángel.
Mis hinchados ojos no pueden más, solamente quiero que se cierren y me lleven a ese lugar donde ella ahora mismo se encuentra, quiero dejar de sufrir porque ella no está, quiero salir de mi hermetismo y de mi soledad. Quiero dejar de conversar con las paredes y dejar de besar el suelo, las cervezas ya no me son suficientes, el alcohol solo me lleva a ella por unos momentos ¿Quién me llevara con ella para siempre? Ni siquiera tengo el valor para acabar yo mismo con todo este dolor. Cobarde, mil y un veces cobarde, no tuviste las agallas de ayudarla y no las tendrás para acabar con tu mísera y patética vida. Infeliz, rata inmunda.
Poco a poco mis delirios me consumen, y el hecho de encontrarme solo día con día en este piso me lleva a llorar de rabia y de tristeza, he pasado el tiempo llorando y lamentándome, pues simplemente acabé con todo, acabé con mi vida y se fue por el drenaje. La sensación de locura invade mi cuerpo varias veces, sin que se llegue a apoderar de mí, ahora solo queda más que seguir gimiendo por su ausencia y clamando por su presencia.
Ahora mismo, tirado en el rincón de mi amargura, solamente levanto la vista para verla allí parada, en el pasillo, allí está ella tan hermosa como siempre, mi ángel, mi vida está allí a mi alcance, y su sonrisa tan plácida y cálida no hay que la pueda borrar. Entonces ella extiende los brazos y me pone de pie, y con esa aura brillante me calienta el alma, me besa la frente y me mira sonriendo, esos ojos cafés en las que tantas veces me perdí ahora están mirándome una vez más. Una vez más mi ángel ha vuelto para rescatarme de los fuegos de la oscuridad y de la soledad. “Amor mío, siempre te amaré” me susurra al oído. Y dándome un beso en la mejilla desaparece en un suspiro formando estelas de luz a su alrededor.
Y de nuevo estoy solo, parado en el pasillo donde sus brazos me dejaron, y entonces comienzo de nuevo a llorar “¿A dónde has ido? ¡¡POR FAVOR, REGRESA MI AMOR!!” Grito con todas mis fuerzas mientras mi valor flaquea y mi fortaleza se fragmenta. Es entonces cuando su perfume inunda la casa y me hace saber que ella estará allí, y que siempre estará conmigo aunque la distancia nos separe, pero aun con todo eso sigo hundido, sigo siendo aquel bulto inservible tirado en medio de la sala. Mientras poco a poco comienzo a regresar a la realidad solo atino a sentarme en el viejo sillón mientras los recuerdos vuelven a asaltar mi mente.
Entonces levanto la vista y con voz suave, como la que usaba para prometerle cosas pronuncio al vacío: “Te amo, siempre mi amor”. Y entonces me vuelvo a perder en el abismo de la soledad.
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