Si hay algo más que evidente es el hecho de que el producto estrella de MARVEL, cuando menos si hablamos de su universo cinematográfico, siempre será Black Panther. Y su secuela lo confirma.
La nueva cinta de Ryan Coogler es una mucho más que digna continuación de la primera entrega de la historia de la familia real de Wakanda, franquicia que, cuando se anunció, allá en la ahora tan lejana fase 3, jamás nos imaginamos que sería la mejor hecha, el ejemplo, la más esperada y sobresaliente de todo el MCU.
Y es que hay deuda alguna aquí, ni en el guion, ni en las decisiones, ni en las ausencias, en nada. Coogler se tomó el tiempo suficiente para hilar la trama de forma orgánica y para nada efectista (no hay memoriales dramáticamente exagerados, ni nada de eso), homenajeando a la antecesora y perpetuando su legado. No se ha andado por las ramas al señalarnos que las cosas han cambiado: lo que para T’Challa representó en su momento el proceso de aceptación del lugar que le correspondía en el mundo, para Shuri ha sido uno de aceptación de imponderables en la vida que ponen a cada uno en el lugar menos pensado. Y desde ahí, cada cinta encuentra su lugar y su momento de forma soberanamente magistral. Se pueden entender tanto en conjunto como por separado, y por ende, se pueden apreciar igual.
Y es que la apuesta era alta. La muerte de Chadwick Boseman fue uno de esos golpes amargos de los que pocas veces una producción logra reponerse. Hay demasiado dolor de por medio todavía. No es extraño que tardaran tanto en desarrollar un argumento que tomará con el justo cuidado el asunto y reordenara toda la lógica que desde mucho antes se había previsto en cuestión de historia. Y el trabajo valió la espera.
Letitia Wright tiene una de las transiciones más naturales y bien logradas de entre todas estas historias de superhéroes —y en una sola película, dicho sea de paso— a la fecha. Poco queda de la chica en segundo plano que, al estilo James Bond, tenía el papel de científico loco del equipo. Algunos de los momentos más memorables de todo el UCM se ven aquí, y la tienen a ella en primer plano. Se nota que el respeto y amor por la corona de su hermano en la ficción es realmente genuino y homólogo al que sentía por su coestrella en la entrega pasada. Y sí —en respuesta a las dudas sobre su nuevo rol—, se gana sus garras a pulso. Es realmente gratificante que buscaran darle una tesitura diferente a la del difunto rey, mucho más real, vulnerable y humana.
Por su parte, Angela Bassett, Danai Gurira y Lupita Nyong’o complementan el equipo principal en esta ahora gratificantemente feminista trama de forma grandiosa. La primera revienta la pantalla con su fortaleza; la segunda se revela como la materialización oximorónica de una vulnerable fortaleza nunca antes vista con tanta claridad; y la última ilumina cada escena en la que interviene con una bellísima interpretación llena de nostalgia y heroísmo.
Mención aparte —y totalmente merecida— tienen los antagonistas, encabezados por un Tenoch Huerta que desde ya mismo debería encabezar su propia cinta. Los claroscuros del personaje, un rey-dios mutante superheroico como dudo que nos volvamos a encontrar— lo perfilan como uno de los mejores antihéroes del género, a un lado de la conflictuada Nebula o del mismísimo Loki. No hay cómo cuestionarse la decisión de anexarlo a las filas de la casa de las ideas: Huerta es idóneo para el papel. Mabel Cadena, Alex Livinalli y el resto de representantes latinoamericanos se empapan —literal y figurativamente— de la identidad de los talokeanos —aún no conozco el gentilicio— haciendo que cualquiera olvide el origen étnico de estos personajes en las historietas.
Lo que nos lleva a un segundo punto. Uno que resulta también exitoso en esta moneda al aire de título nostálgico y evocador: el diseño de producción, es decir, las decisiones que cambiaron toda la esencia en la traducción del cómic al filme, algo que a muchos —habló desde mí como antropólogo más que como fanático— preocupó tratándose de la productora que señaló sin culpas que los colombianos hacen crecer flores con el canto o que en México se decora con calaveras cada cosa que existe en este y el otro mundo, por ejemplo. La decisión de cambiar la Atlántida por el ancestral mundo Maya parecía sumamente riesgosa, pero resultó más que acertada. Lo que podemos observar de este reino subacuático es simplemente hermoso. La reconstrucción arqueológica de su arquitectura, la fotografía y la ambientación sonora son dardos que dan en el blanco y que vuelven a Talokan un escenario totalmente diferente a cualquier otro visto en el UCM (o en cualquier producción que recupere, o lo intente, el mundo mitológico de dicha cultura). No voy a negar que mi corazón se aceleró al ver el juego de pelota —que ya sé que es un cliché—, las representaciones pequeñísimas de cosas como las formas de cultivo y arte, o el hecho de que una peli de súper héroes esté hablada gran parte en maya, por solo mencionar un par de cosas. Hay tanta precisión y tanto respeto en cada elemento que es difícil no sentir cierto orgullo por su presencia en lo que no se puede más que reconocer como el mejor filme de Marvel en lo que va de la fase cuatro. Y como el ejemplo de que no siempre todo tiene que ser un chiste o un sinsentido cuando se trata de representar a los otros, esos que somos nosotros para ellos. Quizá el único error —y vaya que es uno feo— en este sentido sea la espantosa armadura de Riri, que tengo la esperanza de que rediseñen desde cero —¡vamos! que todos sabemos de qué personaje se trata y su origen pero… ¿había necesidad de darle una forma tan obvia y sin chiste?
Y es que, volviendo a los aciertos, estos dos puntos son los que habitualmente rescatan los trabajos de estos creativos, a quienes muchas veces en recientes tiempos se les ha acusado de todo menos de eso. La creatividad a ratos parece agotada en Marvel, remplazada con nimiedades, comedia sin gracia y un sinfín de otras suertes y recursos gastados. Suelen ser las actuaciones —y no todas— o las panorámicas —hasta que uno cae en cuenta de que son meramente pantallas verdes— lo que rescata estas cintas.
Pero aquí, incluso si retiramos esto de la mirilla del microscopio de la crítica, todo es diferente, pues el argumento es lo suficientemente bueno como para defenderse por sí mismo. La trama tiene un tono más maduro, más sobrio y melancólico que muchas otras películas del sello —quizá se deba a que la muerte aquí es una realidad extradiegética insoslayable— y las lecciones, por consiguiente, son más profundas y realistas, pues aun cuando no es posible negar el paralelismo con su antecesora —ambas son películas de origen—, es evidente que lo que para la primera pantera negra representó una bofetada de realidad, para la segunda es el derrumbe sobre los hombros de todo el mundo que conoce. Y eso sí que es nuevo. No es extraño que su respuesta y la evolución de su personaje —que sigue siendo un a medias— resulten tan chocantes como admirables. Hay tan pocos agujeros en el guion que se pueden fácilmente ignorar en pos de la obra completa —sí, esa podría ser la razón por la que ese personaje no estaba en la batalla monumental contra ese villano—, una emocionante y llena de sentimientos que se sienten naturales tanto en quienes están detrás de la pantalla como en quienes están frente a ella.
Al final, lo que puede decirse es que es Wakanda Por Siempre es la confirmación de que, aunque el género ha dejado de ser una bocanada de aire fresco desde hace ya un par de años, no está del todo acabado. Aún hay historias que contar, representaciones que incluir y temas que abordar en este universo. También, no es posible ignorar el hecho de que la línea argumental de la Pantera Negra es, de lejos, la mejor trabajada y la que más expectativas seguirá generando. Y que lo que muchos consideramos un golpe de suerte en el 2018, cuando se denominó a su antecesora como “la primera película de culto de Marvel”, ahora se consolida en el anecdotario como la historia que se ha convierte en el gran hito cinematográfico de una tendencia que todos hemos seguido, algunos han tildado de cancerígena y con la que muchas generaciones de pequeños cinéfilos han sido formados.
Wakanda Por Siempre es, sin más, el ejemplo claro de que el cine de súper héroes no está ni cerca de desaparecer de las carteleras. Y también es evidencia de que algo puede ser popular porque es bueno. Muy bueno.
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